


A lo largo de mi experiencia clínica he trabajado con personas que presentan dificultades relacionadas con la ansiedad, la depresión, la autoestima, las relaciones, la toma de decisiones o la sensación persistente de desconexión consigo mismas.
He acompañado procesos muy distintos entre sí, lo que me ha permitido confirmar que no existen soluciones universales, sino caminos personalizados que requieren tiempo, criterio y una buena alianza terapéutica.
Por eso, mi manera de trabajar se apoya en la psicología basada en la evidencia, integrando diferentes enfoques y adaptándolos a la singularidad de cada persona y de cada momento vital.
Cada proceso es único, y merece ser acompañado con rigor, coherencia y respeto.
La terapia no es solo una técnica ni un conjunto de herramientas.
Es, ante todo, una relación humana en la que sentirse comprendido, escuchado y respetado.
El vínculo terapéutico es la base desde la cual se puede explorar con seguridad aquello que duele, se evita o se repite.
Sin confianza y sin un espacio emocionalmente seguro, no hay cambio real posible.



Vivimos en un contexto que busca respuestas rápidas a problemas complejos.
En terapia, sin embargo, el cambio profundo suele requerir tiempo, comprensión y elaboración.
Mi trabajo no consiste en ofrecer soluciones inmediatas, sino en acompañar procesos que permitan construir un sentido más propio y sostenible, respetando el ritmo y los límites de cada persona.
El objetivo de la terapia no es únicamente reducir síntomas, sino favorecer una vida más coherente entre lo que se siente, se piensa y se hace.
A menudo, el malestar aparece cuando esta coherencia se pierde o se sacrifica para adaptarse, cumplir expectativas o evitar el conflicto.
Recuperarla implica tomar decisiones más conscientes y construir una relación más honesta con uno mismo y con los demás.

